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San Bartolomé, historia de la Judería de Sevilla.

San Bartolomé, historia de la Judería de Sevilla.

La Judería de Sevilla comprendía los actuales barrios de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé, y estaba separada del resto de la ciudad por una muralla, que descendía desde el inicio de la calle Conde Ibarra, pasando por la Plaza de las Mercedarias, a la muralla de la ciudad.

En general, los historiadores coinciden en reconocer que desde los primeros tiempos los hijos de Israel establecieron relaciones comerciales con las tribus ibéricas. Desde entonces, las naves hebreas comenzaron a llegar a la famosa Tarsis, es decir, a la magnífica región española que debe su nombre al Tartesio o Guadalquivir.

Es posible que la judería de Sevilla fuera, si no la más antigua, una de las más antiguas de España. Híspalis (Sevilla) fue, de hecho, el lugar clave de la Península y luego Escipión se convirtió en su capital. Los judíos debieron sentirse atraídos por la gran ciudad que dio nombre a toda Hispania. Durante la época visigoda la judería sevillana suponemos que tuvo una influencia considerable ya que, dada su forma de comercio e industria, debían prosperar donde había mayor riqueza y población. Además, Sevilla fue la ciudad más poblada de España, la capital intelectual del reino, el centro del catolicismo, la inspiración de los concilios de Toledo y la capital política desde Teudis hasta Atanagildo. Por lo tanto, era allí donde normalmente tenían que utilizar su actividad y su capital.

Durante la conquista de España por los árabes, los judíos que habían contribuido a la invasión fueron respetados y tratados con generosidad por los musulmanes y se instalaron en todas las ciudades tomadas, gozando de gran influencia en la nueva sociedad, gracias en parte a su importancia financiera. La judería sevillana fue una de las más numerosas y sin duda la más laboriosa de todas.

En aquella época, Sevilla no sólo destacaba por sus relaciones comerciales facilitadas por la importancia de su río, sino también por sus facultades de medicina, adonde acudían a estudiar los principales médicos de España, incluidos los de Córdoba, como el gran Averroes. Destacó también por su gran movimiento filosófico, que se había desvinculado de la ortodoxia coránica y atrajo a los más ilustres pensadores, como Tufail, quizás el más original de los filósofos españoles, y finalmente por sus artes, ya que según un bien- proverbio conocido en aquella época, cuando un músico moría sus instrumentos se vendían en Sevilla. La prosperidad de la que goza la ciudad hace pensar que su extensa judería debe ir de la mano.

LOS JUDIOS EN SEVILLA

Los judíos fueron la minoría más numerosa e importante de la Sevilla bajomedieval. Antes de la conquista cristiana, en 1248, es probable que la judería se despoblara a mediados del siglo XII a causa de la invasión almohade, que expulsó a cristianos y judíos de sus territorios. Lo cierto es que la mayoría de los judíos que se instalaron en Sevilla con la conquista procedían de Toledo, en un movimiento de reflujo de los que habían huido de Andalucía a Castilla en el siglo XII, huyendo de la persecución almohade. Esto no quiere decir, sin embargo, que no hubiera judíos en la Sevilla almohade. Alfonso X donó al rabino Yuçaf Cabaçay, su judío, una tienda en Sevilla, frente a la iglesia de Santa María, y detrás de las tiendas de los cambistas judíos, una tienda judía «así commo la ouo en tiempos de moros».

El marco legal de su vida colectiva era similar al de los mudéjares: los reyes protegían la práctica de su religión, les permitían tener sus propios jueces para las causas civiles internas y les cobraban unos tributos especiales. Pero la vida de la judería sevillana fue mucho más brillante que la de los mudéjares, al menos hasta finales del siglo XIV. En primer lugar porque era la segunda comunidad hebrea del reino, después de Toledo, con un máximo de cuatrocientas familias en los mejores momentos del siglo XIV, unas dos mil personas. También porque había un grupo de judíos ricos, almojarifes reales y municipales: nombres como los de Zulema Pintadura y su hijo Zag de la Maleha, almojarifes o tesoreros mayores de Alfonso X, Yuçaf Pichón, que era Enrique II un siglo después. Yuçaf Levi, sobrino del célebre Pedro I almojarife, Samuel Levi, o el Aben Pex, traspasan el marco de la historia local. Otras profesiones típicas, más o menos lucrativas, eran las de médico, sastre, tejedor, platero, comerciante, algunos comerciantes y artesanos de diversa índole.

CONQUISTA CRISTIANA

Desde los primeros momentos de la conquista cristiana, los judíos ocuparon en Sevilla un barrio propio, situado prácticamente extramuros, al norte del Alcázar. Sabemos que, en 1252, Alfonso X donó a los judíos tres mezquitas de la judería, para convertirlas en sinagogas. Estas sinagogas corresponden a tres iglesias actuales: Santa Cruz, San Bartolomé y Santa María la Blanca.

El barrio libre que ocupaban los judíos en Sevilla cubría una amplia zona de la ciudad. La muralla que la circundaba se extendía desde el actual Colegio de San Miguel hasta el centro de la nave lateral derecha de la catedral y, atravesando el lugar que luego ocuparía el Corral de los olmos, seguía la Borceguinería hasta la Puerta de Carmona y encajaba en el muralla que rodeaba la ciudad hasta los pies de la Torre de oro. Tras la Reconquista, la judería quedó reducida a la parte descrita por los autores de los siglos XVI y XVII.

La muralla que rodeaba la judería era, por fuera, la de la ciudad, pero fuera del recinto estaba la mole del Alcázar, así como el barrio de la mezquita y parte de la Borceguinería; la judería estaba delimitada por la muralla que, partiendo de la Puerta del Alcázar, muy cerca de la calle de la Vida, penetraba en la calle de la Soledad, llegaba hasta la zona donde hoy se levanta la iglesia de San Nicolás y discurría por la calle de los Toqueros y la calle del Vidrio para entrar en la calle Tintes por el Callejón de Armenta (antigua calle La Rosa) para incorporarse finalmente al muro exterior de la Puerta de Carmona.

El barrio judío se comunicaba con el campo y la ciudad a través de tres puertas. La que estaba fuera de la ciudad parece ser, según la mayoría de los autores, la actual puerta de la Carne, que los árabes llamaron Bab el Chuar o Puerta de las Perlas. La segunda puerta daba a la calle Mesón del Moro y era de hierro. La tercera, la de San Nicolás, estaba frente a la calle Rodrigo Alfonso. Finalmente, había una pequeña puerta, llamada Atambor porque en la noche se cerraba con los tambores del cuerpo del guardia. Esta puerta daba a la calle Rodrigo Caro. Las tres puertas se cerraron al toque del Ángelus y no se abrieron hasta la mañana siguiente.

En cuanto a la puerta que daba al Prado, estaba situada en un barrio que comunicaba con la necrópolis. Alfonso X concedió a los judíos tres sinagogas, pero los judíos fueron erigiendo nuevas a medida que aumentaba su prestigio, ya que no dejaban de obtener los favores de la Corte. La plaza de la Açuyca o Azueica ocupaba un lugar aparte en la topografía de la judería; Situada al final de la calle Archeros, mostraba con orgullo la sinagoga de Santa María la Blanca situada tras la Puerta de la Carne.

La aljama sevillana contó con algunos personajes judíos de gran riqueza y mucha influencia, por lo que sus actividades trascendieron, en la mayoría de sus ocasiones, del marco urbano de Sevilla, para desarrollarse a nivel de todo el reino castellano. Algunos de ellos fueron grandes científicos, destacando la medicina entre sus profesiones, otros desempeñando funciones públicas, que les habían sido delegadas por los reyes. Entre ellos podemos destacar los siguientes:

Samuel Levi, hombre de confianza del Rey Don Pedro, Tesorero y hombre de confianza del Rey Don Pedro. Samuel Abrabanel, glorioso Juan de Sevilla;

Ibn Gauison, célebre talmudista Yosef ibn Rabia Elazar, Sabio astrónomo;

Rabino Salomón, árbol de la ciencia, Médico, astrónomo y exégeta de gran mérito que brilló en el siglo XIV.

Moshé ibn Zarzal, excelencia en Medicina: Doctor de Pedro 1º.

Yusaph Pichón: Nombrado por Enrique II de Trastámara almojarife para la ciudad de Sevilla y su arzobispado, llegando a ser el contador mayor del rey.

Los judíos sevillanos tenían sus propias instituciones, al igual que en las demás aljamas del reino. Su sistema de organización coincidía en muchos puntos con el de los cristianos. Así, la máxima autoridad el Judío Mayor, Viejo o Juez de la aljama de los judíos de la muy noble ciudad de Sevilla que la gobernaba ayudado por un consejo de judíos. En cuanto a la religión, los judíos sevillanos buscaron salvaguardar su idiosincrasia con mayor vehemencia. Tenían, por supuesto, sus rabinos, que proveían las necesidades espirituales de la aljama y celebraban el culto en las sinagogas.

Durante los siglos XIII y XIV, los judíos contribuyeron a reactivar la economía sevillana. Muchos de ellos se convirtieron en criados de la casa real, señores de las rentas de la frontera, que debían cobrar los derechos reales del almojarifazgo de Sevilla por Fernando IV. Durante su reinado, Sevilla se convirtió en el centro de un gran comercio internacional. Es muy posible que los hebreos participaran en todas las actividades relacionadas con los intercambios marítimos, aunque a falta de documentos no puede afirmarse categóricamente.

La influencia de los judíos en la Corte aumentó cuando Alfonso XI empezó a ejercer el poder con eficacia. El rey nombró alcalde almojarife a don Yuçaf de Écija, a quien nombró su consejero. Este señor Yuçaf construyó una sinagoga en Sevilla, en 1343. También desde el punto de vista institucional, otro hecho que diferenciaba a los judíos de los cristianos era el tributo especial que debían pagar, tanto al rey como a la Iglesia.

La judería sevillana alcanzó su apogeo bajo el reinado de Pedro I, rey de Castilla desde el 26 de marzo de 1350 hasta su muerte y gran mecenas de la Sevilla judía. Rodeado de personas que lo traicionaban continuamente, el Sr. Pedro confió en su tesorero, Samuel ha-Levi.

El señor Samuel alcanzó tal poder y prestigio que despertó la envidia de la corte, que lo acusó ante el rey de haberle robado las rentas. Mandó prenderlo, llevándolo a Sevilla, en cuyas Atarazanas murió, tras ser atormentado, hacia 1361. Sus bienes fueron confiscados, se dice, muy cuantiosos, pues se hallaron en él grandes cantidades de oro y plata, y se apoderaron de ellos. sus propiedades en Toledo y Sevilla. Esta decisión de Pedro I se ha explicado no sólo por las acusaciones que se le hacían al señor Samuel, sino por un deseo de cambiar la política económica, al mismo tiempo que agradaba al clero y dominaba las murmuraciones que mostraban al rey como benefactor de los judios.

La animosidad hacia la comunidad judía, presente desde hace un siglo, pero más o menos disimulada, se desató abiertamente en 1354, cuando los judíos sevillanos fueron acusados ​​de profanar la hostia. La peste negra, de 1348, había desatado los ánimos y los judíos sufrían las consecuencias de los años de depresión posteriores a la epidemia.

CONVERSIONES

Pero la mentalidad antijudía creció tras la subida al trono de la dinastía Trastámara, en cuyo programa de gobierno se hablaba de acabar con el poder que habían alcanzado los judíos en épocas anteriores, especialmente con Pedro I. Enrique II recibió las querellas de los procuradores castellanos contra los judíos en las Audiencias de Burgos de 1367, en las que se pedía al rey la reducción y aplazamiento del plazo de pago de las deudas contraídas con los judíos, la incautación de los castillos y fortalezas poseídas. por los judíos y el alejamiento de las comunidades hebreas en barrios cerrados.

El rey redujo los pagos de las deudas por un tercero y aplazó el pago dos años, aceptó la toma de fortalezas, si no procedía algún perjuicio, y rechazó la medida argumentando que «non es razón de lo facer, ca se destruirían los Judios». De manera similar los jurados sevillanos expresaron sus peticiones al rey en 1371. El rey concedió privilegios a los jurados, para evitar que se sintieran marginados por los regidores y legisló contra los edificios construidos por cristianos junto a la judería, para que no lo excedas en altura. En un ambiente tan tenso, muchos judíos bien situados se convirtieron al cristianismo, incluso antes de las matanzas de 1391.

En la primavera de este año, el arcediano de Écija, Ferrand Martínez, comenzó a recorrer la ciudad de Sevilla, arengando y exhortando a los sevillanos contra los judíos. El 6 de marzo estalló finalmente el odio sembrado por el Arcediano de Écija, provocando un levantamiento popular, en el que la gente entró por el barrio de la Judería, saqueando los comercios, maltratando y persiguiendo las estrechas calles de la judería.

Al cabo de un tiempo, y no sin desconfianza, algunas familias judías volvieron a Sevilla, reconstruyendo sus comercios y sus casas. Sin embargo, nunca más hubo un barrio judío. El barrio, sus palacios y sinagogas fueron cristianizados. Se respetó, sólo temporalmente, a los conversos, pero los edificios importantes se transformaron en palacios para nobles castellanos, conventos o plazas. La comunidad hebrea restante se retiró lentamente, agazapándose en las calles interiores donde había quedado la única sinagoga, temiendo lo peor y solo bajo las leyes del mismo rey que buscaba evitar nuevos asaltos.

De las tres sinagogas, dos fueron expropiadas, y convertidas, una en la parroquia de Santa María de las Nieves, vulgarmente llamada la Blanca, y otra en la parroquia de Santa Cruz, pero no la actual, sino la que estaba en el El terreno que hoy ocupa la Plaza de Santa Cruz.

Pasados ​​algunos años, cuando Enrique III alcanzó la mayoría de edad para reinar, uno de sus primeros actos de gobierno fue procesar y encarcelar al arcediano de Écija, Don Ferrand Martínez. El rey impuso también al barrio de Sevilla y a su Ayuntamiento una multa muy elevada, tan alta que no era posible pagarla en efectivo, y durante más de diez años el municipio de Sevilla estuvo pagando cantidades de oro, para pagar la sanción impuesta por la destrucción de la judería, como vemos en las cuentas del Libro Mayorazgo en el archivo municipal. Los judíos de Sevilla no se recuperaron de aquel exterminio.

La judería, que había llegado a tener más de cinco mil vecinos, quedó reducida a unas pocas decenas, que a duras penas pudieron componer lo suficiente para organizar una sinagoga, convertida ahora en iglesia parroquial de San Bartolomé, edificada tras aquella matanza. A mediados del siglo XV había judíos esparcidos por todos los merenderos de la ciudad, las murallas y gran parte de la propia judería desaparecieron, aunque en Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé aún quedaban muchas familias judías.

El Tribunal del Santo Oficio, instalado en la iglesia de la Magdalena de Sevilla en 1480 para juzgar y castigar las herejías, supuso el fin de la judería. Ya en 1481 hubo casos de condena de la hoguera por el simple hecho de ser judío. El declive de la judería fue tal que a finales del siglo XV prácticamente no había judíos en Sevilla, por lo que el decreto de expulsión de los judíos dictado por los Reyes Católicos en 1492 se hizo notar en todas las ciudades del reino, excepto en Sevilla, de donde prácticamente no se expulsó a nadie, porque ya no había judíos en la ciudad.

En general, se puede decir que el desarrollo de la vida de los sevillanos conversos, en los últimos años del siglo XIV y principios del XV, no fue nada fácil. Así, junto a su gran deseo de volver a la normalidad e intentar rehacer su vida y su fortuna, podemos ver la falta de sinceridad de muchas de estas conversiones, por lo que, en poco tiempo, esta confesión como se les llamó documentación de la época. , volvieron a practicar sus antiguas creencias y, en muchos casos, decidieron exiliarse en Portugal o Granada.

Los sevillanos conversos conservaron y aumentaron en el siglo XV, por el contrario, su poder económico y social. Algunos llegaron a constituir importantes linajes incorporados a los caballeros ciudadanos o al ejercicio del poder municipal: Marmolejo, Sánchez de Sevilla y Martínez de Medina, conversos antes de 1391, Fernández Cansino, Susán, Lando tal vez. Otros conservaron sus funciones bancarias de préstamo de dinero, rentas, profesiones liberales y, en general, sus medios de vida anteriores. Una buena parte de ellos se volvió sinceramente a la fe cristiana: otros no, y el pueblo llano extendió todas sus sospechas sobre el criptojudaísmo de algunos, como argumento para insistir en su marginación social y realizar en ocasiones asaltos a casas de conversos.

En los momentos de mayor tensión social del siglo, también, en 1465 y 1473-1474; al final, el resultado fue, para los judíos, la expulsión, por lo que su presencia no podía atraer religiosamente a los conversos, a menudo a sus familiares, ni proporcionarles motivo para sufrir «diversos deseos con infamia». Pero muchos conversos tuvieron que sufrir algo peor quizás: el funcionamiento del Tribunal del Santo Oficio desde 1480.

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